Para
investigar la verdad es preciso,
en la
medida de lo posible, dudar
de todas
las cosas una vez en la vida.
(RENÉ DESCARTES)
«Todo lo ignora quien nada duda» decía el
militar, poeta y diplomático español del siglo XVII Bernardino Rebolledo, conde
de Rebolledo. Y otro autor coetáneo suyo, el escritor y político Diego de Saavedra
Fajardo, afirmaba que «quien no duda no puede alcanzar la verdad», idea en la
que coincidía con el filósofo también coetáneo René Descartes, el máximo
defensor de la duda como método científico en la búsqueda del conocimiento.
1. ¿Cuál es el nombre de la lengua: castellano o español?
Ambos nombres son sinónimos y
los dos son igual de válidos y correctos. Con el nombre de castellano,
o con la expresión lengua castellana, se alude a
la región española en la que nace la variedad lingüística. Con el nombre de español,
igual que con lengua española, se enfatiza
el país en el que esta lengua se generaliza y desde el que se extiende después
por el resto del mundo.
En España, en los territorios bilingües se prefiere castellano, término que se contrapone mejor al nombre de la lengua cooficial respectiva. En Castilla se usan indistintamente ambos términos y en el resto de regiones también es más usada la denominación español. En líneas generales, en América está equilibrado el número de países que se inclinan por una u otra denominación. En todo el continente sur, excepto Colombia, y en El Salvador, la preferencia mayoritaria es castellano, término que recogen muchas constituciones de estos países para designar la variedad respectiva. En el norte, en México, Centroamérica y el Caribe, además de la citada Colombia, la denominación preferida es la de español.
Las razones de la preferencia por una u otra opción son diversas. En España se elige castellano especialmente cuando quiere contrastarse con cualquiera de las otras lenguas oficiales del territorio.
Los hispanoamericanos que optan por castellano lo argumentan en razonamientos como este:
Castellano y español son, pues, dos sinónimos en igualdad de condiciones. El «problema» del nombre de la lengua es en realidad una falsa polémica, que debe considerarse ya superada y que, en cualquier caso, habría que dejar fuera de la controversia política o el enfrentamiento social.
